Casi puedo oírte mientras sueñas, mientras recorres el pasadizo de mi mente. Casi siempre tu sonrisa me despierta en medio del silencio, aunque no estés a mi lado.
Soy una hoja que se balancea con la brisa y que está a punto de caer.
El aire entra por mis venas frío y sanador, sellando de nuevo aquellos huecos donde antes había carne y abriendo caminos cerrados por el olvido.
Casi puedo verte cuando miras al horizonte envuelto en llamas; llamas que se desprenden y vuelan por encima de ti y de mi convertidas en pájaros de fuego.
Mi mirada salta ahora desde un tejado para estrellarse contra el suelo y quedar rota en mil pedazos de barro y sangre. Mi mirada espera rota a que alguien venga y la recoja, y la tire a la basura, porque es imposible de recomponer.
Casi puedo oír tus gritos ahogados en la nada, a merced del negro despertar, escondidos tras el dintel de la puerta.
Construyo con mi lápiz realidades paralelas de sueños, viento, lluvia y fuego.
Y despierto acurrucada en el borde del precipicio.
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