Érase una vez un Abrazo huérfano que vagaba sin rumbo fijo por el mundo. Nadie lo veía, nadie se percataba nunca de su presencia, así que no crecía. Tanto se acurrucaba que parecía una pelusa de esas que se posan debajo de los sillones. Vivía con miedo a que lo pisaran o lo barrieran sin más. Esta es su historia: El abrazo una vez tuvo papás. Fue gestado cuando dos personas, ahora no importa quienes, se acercaron mucho la una a la otra y quisieron fundirse en una sola. Ocurrió durante una noche de finales de verano, en una playa, con mucha gente alrededor. Esa noche nacieron muchos más Abrazos, aún se recuerda con nostalgia. Al principio el Abrazo era chiquitito, cálido, suave, recubierto por un fino pelillo blancuzco. Se fue a casa de la mano de sus padres y continuó creciendo, alimentándose de la energía que desprendían aquellas personas que lo crearon. Se hacía grande y fuerte, se convirtió en un Abrazo grandote, sus padres estaban muy orgullosos de él; lo exhibían allí donde iban