Déjame entrar en tus sueños con un silbato de niebla, déjame pasear por el tejado de tus ojos y bañarme a la luz de la luna con los pies descalzos.
Cartas de nada vuelan por el aire de otoño, traen noticias de mar adentro, esperanzas de un navío a la deriva mecido por las olas de un pecho palpitante. Hablan de besos perdidos, de amores en quiebra y pasos de huida. Yo las recojo con mis manos de cristal y leo pacientemente los mensajes nunca enviados.
El viento aúlla con su voz de perro viejo pero tú estás a salvo en tus sueños, nadando hacia el navío a la deriva, dejándote llevar suavemente por la corriente, muriendo en paz con el ocaso. Sin embargo yo no estoy en tu sueño de despedida, yo agito la mano desde la orilla y veo cómo te alejas de mí para caer suavemente sobre un lecho de tierra húmeda y caliente.
Dos lágrimas brotan desde mi ojo derecho que llora por tí y de mi boca sale un beso de despedida que se posa en la comisura de tus labios, que lo agradecen con una sonrisa.
Finalmente cierro la puerta del cofre y te guardo en mi bolsillo del pantalón, a salvo de todos los escalones difíciles de subir, de todas las ventanas cerradas y de todos los trenes a punto de partir.
Y así transcurre este largo día de domingo, en el que los dos hemos muerto en la boca del otro.
Cartas de nada vuelan por el aire de otoño, traen noticias de mar adentro, esperanzas de un navío a la deriva mecido por las olas de un pecho palpitante. Hablan de besos perdidos, de amores en quiebra y pasos de huida. Yo las recojo con mis manos de cristal y leo pacientemente los mensajes nunca enviados.
El viento aúlla con su voz de perro viejo pero tú estás a salvo en tus sueños, nadando hacia el navío a la deriva, dejándote llevar suavemente por la corriente, muriendo en paz con el ocaso. Sin embargo yo no estoy en tu sueño de despedida, yo agito la mano desde la orilla y veo cómo te alejas de mí para caer suavemente sobre un lecho de tierra húmeda y caliente.
Dos lágrimas brotan desde mi ojo derecho que llora por tí y de mi boca sale un beso de despedida que se posa en la comisura de tus labios, que lo agradecen con una sonrisa.
Finalmente cierro la puerta del cofre y te guardo en mi bolsillo del pantalón, a salvo de todos los escalones difíciles de subir, de todas las ventanas cerradas y de todos los trenes a punto de partir.
Y así transcurre este largo día de domingo, en el que los dos hemos muerto en la boca del otro.
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