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Domingo

Déjame entrar en tus sueños con un silbato de niebla, déjame pasear por el tejado de tus ojos y bañarme a la luz de la luna con los pies descalzos.
Cartas de nada vuelan por el aire de otoño, traen noticias de mar adentro, esperanzas de un navío a la deriva mecido por las olas de un pecho palpitante. Hablan de besos perdidos, de amores en quiebra y pasos de huida. Yo las recojo con mis manos de cristal y leo pacientemente los mensajes nunca enviados.
El viento aúlla con su voz de perro viejo pero tú estás a salvo en tus sueños, nadando hacia el navío a la deriva, dejándote llevar suavemente por la corriente, muriendo en paz con el ocaso. Sin embargo yo no estoy en tu sueño de despedida, yo agito la mano desde la orilla y veo cómo te alejas de mí para caer suavemente sobre un lecho de tierra húmeda y caliente.
Dos lágrimas brotan desde mi ojo derecho que llora por tí y de mi boca sale un beso de despedida que se posa en la comisura de tus labios, que lo agradecen con una sonrisa.
Finalmente cierro la puerta del cofre y te guardo en mi bolsillo del pantalón, a salvo de todos los escalones difíciles de subir, de todas las ventanas cerradas y de todos los trenes a punto de partir.
Y así transcurre este largo día de domingo, en el que los dos hemos muerto en la boca del otro.

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Soy egoísta, soy curiosa, soy un artista, funambulista, corredor de fondo, feliz y triste a la vez. Soy un pez en una pecera, una tortuga bajo el sofá, un cuento a medio terminar. Tengo ganas de ti, me muero por tus huesos. Soy un globo inflado con la superficie brillante, a punto de estallar. Escribo en mi móvil al mismo tiempo que camino por la calle, si, y es probable que me choque contigo en cualquier momento un día de estos y que te haga daño. Soy una hoja que cae de un árbol por culpa del viento. Estoy en una esquina bajo mi paraguas verde viéndote pasar. Soy un perro apaleado, un día de verano azul, una noche de tormenta. Un camino de baldosas amarillas, tu escudo, tu lastre, tu colchón. Estoy aquí siempre, bajo la lluvia, soy una estatua de sal, un cruce de miradas.
Miedo, angustia, susto, escribir a lápiz, hacer borrón y cuenta nueva. Quererte, odiarte, sufrir hasta más allá de las nubes, hasta el más profundo de los océanos. Volar con alas de papel a ras de suelo, caer incendiada de golpe contra el frío mármol de mi habitación. Cuando sueño todo es grande y silencioso, cuando respiro a tu lado se me quiebra el corazón. Por la mañana lo recojo y lo pego;   y todo esto es tan inconexo… Palabras azules sobre mis pies, un libro amarillo que revienta en mi cama, unos dedos que se desperezan entre mis sábanas. El sol de la mañana entrando por la ventana y los gritos de los niños en la calle; y todo esto es tan salvaje… Respirar a veces duele, dormir a veces no es bueno. Unas copas de más en el balcón, la nieve cae en la nevera. Te cojo de la mano y me miras, nuestros dedos se entrelazan y se sueltan, como si fueran de goma blanda y resbaladiza. Los guisantes crecen por toda la ventana; y a mi me va a estallar la cabeza…